Capítulo 13

No hace falta ser demasiado perspicaz para averiguar lo que millones de mentes neoyorquinas, incluyendo la mía, revivieron en cuestión de segundos al ver aquel avión precipitándose sobre la isla de Manhattan. Uno de los días más tristes de nuestra historia.

Rachel y yo éramos muy pequeños para recordar nada, y aunque todos nos entristecemos al pensar en ese día, a ella le afectó en especial por la muerte de su tío favorito. El padre de Alice. Éste era bombero y trabajaba en un departamento cercano a la Zona Cero cuando se produjeron los atentados. Murió al desplomarse la Torre Norte. Y todo en el día en que Alice cumplía cinco años.

Hasta entonces, Alice había vivido en un edificio de apartamentos cercano al nuestro. Pero su madre pensó que lo mejor para las dos sería mudarse, vivir en un lugar que no les recordase a diario el día más terrible de sus vidas.

Nos habíamos quedado de piedra. A nuestro alrededor, todo era un completo caos. La gente gritaba y corría presa del pánico, mientras el ensordecedor ruido de aquel avión cayendo se hacia cada vez más fuerte. Pude fijarme en que una de sus alas parecía rota, y pensé que aquel rayo que vi saliendo disparado desde la antena del Empire State la había alcanzado.

La primera reacción de todos nosotros también fue correr. Bueno, de todos no. Zack se detuvo. Levantó sus manos en dirección al avión.

- ¿Pero qué haces, Zack?-gritó Cody-. ¡Corre, vayámonos!

Nadia se acercó a  él.

- ¿Crees que puedes detenerlo?-le preguntó, con toda la tranquilidad del mundo-.

El afirmó con un movimiento de cabeza, y mostrando en su rostro una extrema concentración y cansancio.

- ¡Estáis locos!-volvió a gritar Cody-. ¿Un avión? ¿En serio?

Mientras él hablaba, el avión se acercaba peligrosamente, y a pesar de los esfuerzos de Zack no parecía que  perdiera velocidad. Empezó a respirar con dificultad. Casi parecía que fuera a desmayarse  de un momento a otro.

- Recuerda, Zack-le dijo Nadia-. Pase lo que pase, estoy contigo.

Rachel, Héctor, Dave, Cody y yo mismo contemplábamos la escena aterrorizados, convencidos de lo que iba a ocurrir. Rachel y yo nos cogimos de la mano.

De pronto, cuando el avión estaba tan cerca que incluso podíamos distinguir la expresión de terror de sus pilotos, todo se detuvo.

La gente, confundida, dejó de correr y de gritar. Se hizo el silencio absoluto. Tan sólo se escuchaban las radios de un par de coches de policía en las inmediaciones del lugar.

Estaba parado, literalmente, en el aire. Todos se quedaron petrificados. El avión se movió unos centímetros hacia delante, pero Zack hizo un último esfuerzo y lo movió hasta dejarlo sobre la calle. Luego se desmayó en los brazos de Nadia.

- Vaya, esto sí que no se ve todos los días-comentó Héctor-.

En aquel momento, el rayo que había provocado aquel accidente desapareció. En su lugar, una especie de manto de oscuridad empezó a expandirse en todas direcciones, un conjunto de gigantescas nubes negras que taparon la luz del sol y convirtieron el día en noche en cuestión de segundos.

La gente que hasta entonces había tenido la suerte de no enterarse de nada de lo que estaba pasando, pronto lo harían. Aquella densa masa oscura se movía muy rápido.

- ¿Qué...?-preguntó Héctor-. ¿Qué narices es eso?

Como era de esperar, ninguno teníamos respuesta. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo, pero aún así sabía lo que debía hacer.

- Tengo que subir.

Todos clavaron sus miradas en mí.

- No me preguntéis cómo ni por qué, pero sé que tengo que hacerlo.
- Ry... Por favor, no...-me dijo Rachel. Unas pocas lágrimas resbalaron por sus mejillas-. No lo hagas. Tiene... Tiene que haber otra forma-dijo, sollozando-.
- No, no la hay. El chico tiene razón.

Todos nos giramos alarmados al reconocer aquella voz. Y no era para menos.

- Para aquellos que no me conozcáis, me llamo Jill-dijo, ofreciéndonos la mano-.
- No es por desilusionarte, pero... ¿no se supone que somos enemigos mortales?-dije-. Al fin y a la cabo, has intentado matarnos.
- Vosotros me habéis atropellado con un tren, tampoco es que os hayáis cortado mucho.

Todos estábamos demasiado sorprendidos como para hablar.

- Sé lo que estás pensando, genio-dijo-. Pero no te servirá de nada, no sin algo de ayuda.
- ¿Insinuas que...?
- Pasarás de temperaturas gélidas a abrasadoras en cuestión de segundos. Te quedarás sin oxígeno, y los gases de la atmósfera se expandirán dentro de ti hasta hacerte reventar.
- Caray-comentó Héctor-. Suena doloroso.
- A no ser que lleves esto contigo.

Apoyó su mano izquierda en mi pecho, y sentí una corriente helada recorriéndome todo el cuerpo. Al principio se me nubló la vista, y sentí un ligero mareo. Rachel corrió a abrazarme.

- ¿Qué le has hecho?-gritó, furiosa-.
- Tranquilízate, rubia. Tu chico está bien. Tan sólo le he dado lo que necesitaba.
- ¿Tu inmortalidad?-preguntó Héctor-. Bueno, suponiendo que la tengas. Lo cual es bastante fácil teniendo en cuenta que acaba de atropellarte un tren a toda velocidad y que aún así estás aquí y ahora perfectamente intacta y hablando conmigo...
- Casi. Lo que le he dado ha sido mi invulnerabilidad. Si le diera mi inmortalidad, envejecería siglo y medio de golpe. Y eso no me sentaría demasiado bien.
- ¿Y cómo sabemos que es cierto?-comentó Dave-. Quiero decir, ¿cómo sabemos que...?

Antes de que a nadie le diera tiempo a reaccionar, la chica me lanzó una de aquellas bolas de fuego en toda la cara. Pero rebotó y salió disparada hasta la otra punta de la calle.

- Jo, tío. Cómo mola-dijo Héctor-. Tengo que venir más a menudo a verte, Ryan. En España estas cosas no pasan.
- Yo de ti me daría prisa, si es que quieres tener alguna posibilidad de vencer a ese cabrón-me dijo nuestra inesperada aliada-.

Rachel me miró, pero esta vez de forma distinta.

- Te quiero, Ry-dijo justo antes de besarme-. Y siempre te querré.

Me dispuse a elevarme, pero no sin antes hacerle esa pregunta.

- ¿Por qué quieres ayudarnos?
- Digamos, en resumidas cuentas, que mis aspiraciones han sufrido un cambio de última hora. Además... NADIE traiciona a Jill Swenson.

Y me elevé sobre la atenta mirada de miles, sino millones de personas y entre los grandes rascacielos de Nueva York, cuya altura superé en poco tiempo. En unos minutos, incluso empecé a apreciar la forma del continente, la costa este...




- Precioso, ¿verdad?

Sin duda lo era. Aunque aquel inmenso manto de oscuridad que en aquellos momentos llegaba al oeste de Europa y del continente americano lo estropeaba bastante.

Y allí mismo lo tenía,  a sólo unos metros de mí. Dispuesto a acabar con todo.

- Resulta increíble que el planeta haya conseguido resistir tanto ante la plaga humana. Por suerte para él todo terminará pronto.
- Espera un momento- le dije-. Entonces, ¿esa es la razón de todo? ¿Piensas que la única forma de salvar el mundo es destruirnos?
- Afirmativo, Ryan. ¿Nunca te has preguntado sobre la influencia de nuestra especie en el único planeta con vida conocido? Te la resumiré en una palabra: sobramos. Somos una especie caprichosa, egoísta y cruel que invadirá y destruirá todo aquello que le plazca hasta que ya no quede nada. Y dime, Ryan. ¿Qué crees que pasará entonces?
- Lo que dices no tiene sentido. El mundo mejora...
- Oh, vamos. No me vengas con ese cuento. El mundo no mejora, Ryan, y aunque lo hiciera, ¿cuántas especies y vidas costaría, eh?
- Que seas tan pesimista no te da derecho a actuar así. No sé quién te lo habrá dicho, pero acabar con el mundo no...

Soltó una carcajada.

- ¿Acabar con el mundo? ¿Es que no has mirado a tu alrededor últimamente, Ryan? ¿Has visto las noticias, leído periódicos...? Porque entonces te darás cuenta de algo que me enseñaron y que yo asumí en su día. Y es que el mundo se acabó hace mucho. Yo sólo le estoy dando el empujón final.
- Lo siento, pero sigo sin coincidir contigo. Y si hace falta que luche contigo para detenerte, entonces lo haré.
- Déjame hacerte una última pregunta antes, Ryan. ¿De verdad crees que, si me vences y "salvas" el mundo todos van a juntarse de repente para formar una utopía de alegría y felicidad, y de perfecta coexistencia con la naturaleza?¿De verdad crees que merecen una segunda oportunidad?
- No, no lo creo-afirmé-. Lo sé.
- Entonces, me parece que todo ha sido dicho ya. Una lástima, Ryan Chase. La verdad es... que me caías bien.

En aquel momento, vi que me lanzaba una de esas bolas de fuego similar a las de Jill (sí, ya lo sé, hacía sólo unos minutos que había intentado matarnos y ya tenía la suficiente confianza como para llamarla por su nombre de pila). Pero tal y como esperaba,  rebotó en mí sin hacerme daño alguno. Pero el hombre apenas se sorprendió.



- Intuyo que esto es obra de mi querida Jill. Invulnerabilidad. Aunque no te preocupes, en realidad contaba con ello. Porque nadie es invulnerable a todo.

Aunque intenté defenderme, me atrajo hacia sí con un poder como el de Zack y me agarró del cuello con su mano derecha. Poco a poco, empezó a estrangularme.

Intenté defenderme con varios golpes, pero siempre en vano.

- ¿Quieres saber una cosa, señor volador? Incluso aunque se produjera un milagro y consiguieras detenerme, el proceso ya está iniciado. Nada lo detendrá. Ni siquiera mi muerte.

Cada segundo que pasaba era una agonía. y la presión sobre mi cuello era mayor. Cómo había sido tan estúpido de pensar que podía vencerlo yo sólo, siendo el vuelo mi único poder. No tenía fuerza, ni ninguna habilidad que me diera alguna oportunidad de vencerlo, o al menos de defenderme. Pero entonces caí en la cuenta, al ver aquel extraño y luminoso fenómeno acercarse a nosotros.

- Pero no me hace ninguna falta-le dije-.
- ¿El qué, Ryan?
- Matarte. No me hace ninguna falta, porque como tú mismo has dicho...-Tras esperar unos segundos para añadirle algo de dramatismo a la situación, añadí lo siguiente-.Nadie es invulnerable a todo.




Lo dicho. La Tierra es un planeta con suerte al poseer una atmósfera y un escudo magnético que protege a sus habitantes de multitud de catástrofes cosmológicas, entre ellas las tormentas solares. Aunque la cosa cambia si alguno de esos habitantes se encuentra en el exterior.

Sinceramente,apenas recuerdo lo que pasó después. Mi querido archienemigo murió, de una forma bastante desagradable y que me niego a describir. Inexplicablemente, yo sobreviví. Aunque aquello no evitó que sintiera un dolor infinitamente mayor del que había sentido jamás en cada milímetro de mi cuerpo.

Manteniendo mi consciencia lo suficiente como para ver aquel denso manto oscuro bajo mis pies comenzar a retroceder por todo el mundo, me desmayé.

Y entonces caí.

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